Cuento 3 fuerzas de roce
Fuerzas de roce
Esta es la historia del tiempo, que empieza cuando la familia de las fuerzas de roce
no existía. Incluso, dicen, que la princesa Gravedad aún no existía.
Hace tiempo. Mejor dicho: hace mucho tiempo, cuando el reloj aún no marcaba el
tiempo habían solo Estrellas y, entre ellas, el Señor Sol.
Las estrellas vagaban libremente por el espacio sin fin, nada ni nadie las detenía en
su aparentemente lento avanzar, todas se iban a lugares reservados por la Sabia
Naturaleza. Nada obstaculizaba el camino de estas habitantes que inundaban lo
finito y lo infinito, lo extendible y lo inextendible.
No había contacto entre ellas, las estrellas, de tal forma que sin mayor esfuerzo
perseguían un destino preestablecido, tampoco había aire que las obligara a tomar
formas extrañas para desplazarse.
Las estrellas vagaban por un extraño fluido que no era fluido: el espacio. Eso, el
espacio que no ha sido, aún, conquistada por la Reina Masa. En este espacio las
estrellas vagan, alumbrándose por sí solas el camino por andar.
Pero, sucedió lo que nadie esperaba, algo imprevisto.
El Señor Sol veía que el tiempo transcurría y siendo alegre y dinámico estaba
aburrido de estar solitario, veía con pesar el hecho de que los integrantes de su
familia se estaban alejando entre sí. Y decidió un día desprenderse de parte de su
cuerpo. Lo hizo y lo dispersó en su entorno y así nació la familia de los Planetas. Y
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para que no tuvieran su propia experiencia, a los Planetas que estaban más
alejados les dio acompañantes que no les hicieran la vida tan triste. Así nacieron las
Lunas. Y para juguetear, de vez en cuando, dispersó pequeñas partes de su cuerpo
creando los Cometas y los Asteroides. Así fue que nació su propia familia, que hoy
los hombres le llaman el Sistema Solar.
Pasó el tiempo y una vez, en la Tierra, tercero de los Planetas en su cercanía al
Señor Sol, se produjo una avalancha y las piedras y rocas empezaron a rodar y
nada ni nadie las detenía, rodaban y rodaban sin fin hasta perderse en las aguas
que adornaban su superficie.
Una de las rocas que rodaba golpeó un árbol y este salió desprendido en línea recta
e igual que las estrellas adquirió un movimiento de alejamiento y se fue perdiendo
hacia lo finito e infinito del espacio. Y así, muchas otras rocas golpearon otros
árboles que también tuvieron la misma suerte.
Y así fue que la Tierra se fue quedando sin habitantes.
La Tierra pensó así misma: “si esto sigue sucediendo todo se va perder, taparé el
océano de piedras y los árboles se me escaparán, ¡algo tengo que hacer!”.
Fue donde su padre, el Señor Sol y le contó su drama, pero el Señor Sol nada le
pudo recomendar ya que no entendía lo que la Tierra le estaba contando.
Por consejos de su Padre, la Tierra fue donde la Sabia Naturaleza y ésta, después
de escucharlo, le dijo: “querida Tierra, yo te solucionaré el problema, vuelve a tu
lugar, nada temas, pronto verás que todo objeto que quiera moverse del lugar que
ocupa en tu superficie será reconvenido y llamado a no alejarse demasiado”.
Y así fue que la Sabia Naturaleza le dio a la Tierra una extraña familia que la habría
de acompañar para siempre: la familia de las Fuerzas de Roce.
A partir de entonces, los cuerpos que querían moverse en la Tierra, tenían que
hacer un esfuerzo para iniciar el movimiento, era la Fuerza de Roce Estática la que
impedía que se empezaran a mover, no se sabe a ciencia cierta que si la Estática
era la mayor de las hermanas Fuerzas de Roce.
También ocurrió que los cuerpos que ya estaban en movimiento en la Tierra, tenían
que hacer un esfuerzo permanente para no perder el movimiento, era la Fuerza de
Roce Cinética la que llamaba a los cuerpos a que detuvieran su andar. Dicen que
ésta, la Cinética, era la hermana menor de las Fuerzas de Roce.
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Y los cuerpos a los que se le ocurría tener parte de su ser en contacto con el aire,
halo misterioso que rodeaba la Tierra, también tenían que hacer un esfuerzo para
no detenerse, y era muy curioso, mientras más rápido iban, más esfuerzo debían
hacer. Era la Fuerza de Roce con el Aire la que quería impedir que los cuerpos se
movieran.
Y así fue que los habitantes tuvieron que aprender a convivir, día a día, noche a
noche, con las hermanas Fuerza de Roce.
Los habitantes de la Tierra, no encontraron forma alguna de engañar a las Fuerzas
de Roce, siempre se hicieron presentes, nunca dejaron que un cuerpo de la Tierra
se moviera libremente como las estrellas.
Y así fue que los habitantes de la Tierra tuvieron que reconocer a la Sabia
Naturaleza como la más grande entre todas las grandes. Por fin la Tierra y sus
habitantes no se iban a alejar y perderse en algún lugar, estarían siempre cercas
entre sí, y los obligaría a tener que vivir como familia. Y así se crearon las familias
de habitantes de la Tierra.
Y, entre las familias, estaba la familia de los Hombres.
Y los Hombres dijeron: “gracias Sabia Naturaleza, por ser tan sabia”.
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